Por Rocío Moreno

El pueblo coca fue devastado en la conquista del occidente de México. Múltiples fuentes (Acuña, 1988: 181), confirman que a partir de 1533 con la llegada de Nuño de Guzmán este pueblo inició su desintegración, no obstante, estamos muy lejos de la posibilidad de su desaparición. Del enorme territorio con el que contaba este pueblo en 1533 (Baus de Czitrom, 1982: 56), a la llegada de los españoles, y donde era habitado por decenas de comunidades, en la actualidad solo hay algunas que remiten su origen y pertenencia al pueblo coca. Podemos decir, que estas pocas comunidades aún existen, y son muestra de la infinidad de resistencias y luchas que se han tenido que dar en los últimos quinientos años.  Este pasado de despojo y olvido aún no concluye, pues en la actualidad sigue esta guerra de exterminio contra los pueblos originarios de México, sin duda, ahora es una guerra más sutil, donde ya no está un gobierno externo, un colonizador, sino que se reproduce en nuestro gobierno y sociedad actual. La comunidad de Mezcala puede hablar sobre ello, por ejemplo, cuando el Estado de Jalisco realizo la Ley estatal indígena en el 2008 y sin consultarles se les dejó fuera de esta ley. Así este pueblo ancestral no es indígena desde el 2008, por lo tanto, el pueblo coca no existe para el Estado de Jalisco.

Ante esta omisión, olvido, negación, etcétera, es que Mezcala ha tenido que implementar una serie de acciones para fortalecerse como pueblo originario. Esta omisión del Estado, en cierto sentido ha beneficiado a este pueblo, ya que ha tenido que reflexionar, analizar, investigar y posicionarse políticamente en un contexto nuevo, uno donde debe de confrontar al Estado ante la ceguera institucional para determinar quién si es pueblo originario. Desde ahí, comenzamos algunos miembros de la comunidad a construir conocimiento, a escribir los saberes que de por sí ya estaban ahí, entonces iniciamos un proceso donde nos hemos enriquecido y fortalecido culturalmente. Una de estas actividades, surgió en 2015 aproximadamente, ya que iniciamos algunas mujeres de Mezcala junto con Lorenza Petersen, coordinadora del taller de investigación “culturas del mundo” de la secundaria y bachillerato Signos a.c., un registro de recetas de la comida de Mezcala. Después se incorporó la historiadora, Sarah Bak-Geller para registrar y escribir más de cuarenta recetas y ordenar – coordinar, lo que llamaríamos recetario coca de Mezcala (Bak-Geller, Moreno, 2017: 79). Pronto nos dimos cuenta, de que, en el registro y elaboración de los platillos, obedecíamos al ciclo natural de la tierra. Quiere decir, que, según la recolección, la cosecha, el cambio de temporada de la migración de aves, los tiempos asignados para las vedas de los peces, etcétera, surgían los platillos y sus historias.

Cualquier poblador de Mezcala, sabe que, en el mes de mayo, en el calor, podrá recolectar ciruela roja y hacer un chile, también que cuando está verde esta ciruela, la puede agregar a los caldos de pescado y cangrejo; o que en el mes de enero las cocinas se llenan de huajes y entonces lo comes directo de la vaina o lo cocinas con frijoles o carne de puerco; también en el mes de octubre, decenas de jóvenes alistan sus redes para ir a pescar (cazar) güilotas al monte de la comunidad. En cada uno de los platillos, nace una historia, que normalmente relata un quehacer ancestral que ha reproducido la comunidad por cientos de años, o una creencia, o los símbolos, ritos que realiza este pueblo, etcétera. Todas estas historias en su conjunto, dan muestra de la cultura misma de este pueblo.

Un día, una fecha, una temporada puede ayudarnos a entender cómo un platillo, puede resguardar la cultura de un pueblo. Personalmente, quisiera compartirles el festejo, la comida que se realiza en torno al día de muertos, y de los ritos que se realizan cuando alguien muere en esta comunidad. Mi madre murió en octubre de 2016 y su último deseo fue que la sepultáramos en Mezcala y que realizáramos todo el rito que los despide. Yo bromeaba con ella, y le decía que, si estaba segura de esa decisión suya, pues desde mi opinión solo nos daría mucho trabajo en la cocina a mi hermana y a mí por más de nueve días. Ella terminó, y ya sin bromear, me dijo, que era lo último que haríamos por ella. Yo aún sigo sorprendida de todo lo que obtuvimos mi hermana y yo al despedir a mi madre como marca la costumbre, la cultura.

Ella murió en un hospital de la ciudad de Guadalajara, después de arreglar todos los documentos por su defunción la trasladamos para Mezcala. Cuando llegué a mi casa (lugar donde la velamos), ya estaban sus comadres e ahijadas limpiando el patio y alistando los fogones para el café y los alimentos que se darían a todos lo que nos acompañaran a velarla. Estaba una enorme despensa que la gente había llevado: azúcar, canela, piloncillo, maíz, frijol, arroz, aceite, sal, velas, flores del campo, etc. En unos cuantos minutos ya estábamos ofreciendo café y pan. También estaban las rezadoras que despiden con cantos y rezos por nueve días a los difuntos, y quien además coloca una cruz de flores blancas que llevan sus ahijados (del muerto), para por nueve días rezarles y el último día del novenario “levantar la cruz” que figura las partes del difunto (cabeza, brazos, pecho, piernas) y llevarlas al panteón y armar de nuevo la cruz o el cuerpo de flores en su tumba. El pago que reciben por su trabajo las rezadoras, es una canasta de frutas, y pollos cocidos que la familia del difunto les entrega en agradecimiento por acompañarles por más de nueve días.

En el transcurso de la noche, llegó una familia que, en días anteriores a la muerte de mi madre, habían perdido a un familiar. El que falleció, era un hombre y quien habló conmigo era su esposa. Ella me habló misteriosamente y me pidió que si podía enviarle una bolsa de plástico (que en su interior tenía una chamarra y un sombrero de su difunto esposo fallecido), a su esposo en la caja de mi mamá. Me pidió que abriera la caja y que ella le pediría a mi madre que le entregara la ropa a su esposo, pues ya tenía varios días soñándolo y él le pedía, le suplicaba, que le enviara su chamarra y sombrero que siempre uso en vida, y que, por descuido, ellos, su familia, no le pusieron en su caja cuando lo sepultaron. Yo siempre vi estas escenas en los velorios, pero por razones obvias, ahora tenía otro sentido. En ese momento me quedó claro, que un pueblo, una colectividad, cree profundamente que cuando muere algún miembro del pueblo, van a parar al mismito lugar. Respiré y me alivié un poco del saber que, en ese momento, no estaba mi mamá sola.  Al final del velorio, y del rezo que realizamos en la capilla del panteón al siguiente día, fueron tres encargos que mi madre llevó a los otros difuntos.

Después de su velorio, llegó la mañana y nos alistamos para llevar su cuerpo al templo de Mezcala. Su misa fue a medio día. Caminamos desde el barrio de La Cuesta, hasta el centro del pueblo (3 km. Aprox.). Cada que avanzábamos se incorporaba más gente que nos acompañaba a lo iba ser su último recorrido por el pueblo. Al terminar la misa, la llevamos al panteón y la sepultamos. Toda la gente que nos acompañó nos dejó en la casa, ahí todos comimos y se fueron retirando poco a poco hasta el anochecer. Al día siguiente comenzamos con el primer día del novenario. Pusimos un letrero afuera de la casa, donde indicábamos la hora del novenario. Durante nueve días nos reuníamos a las cinco de la tarde, pero en realidad, todo el día teníamos visitas, desde los familiares directos hasta los amigos y vecinos de mi madre. Todos llegaban y traían algo: flores, velas, algunos también nos entregaron dinero en efectivo, todos actuaban sabiendo lo que hacían y lo que se ocupaba en esos momentos.

La cocina se convierte en el escenario principal, pues todos los días hay que ofrecerles a los visitantes, comida y alguna bebida, y el último día cuando se levanta la cruz, se ofrece un desayuno pues la rezadora llega a las 6 a.m. en punto a rezar, después desayuna, se ausenta un momento y de nuevo vuelve como a las 11 a.m. a levantar la cruz, las flores y coronas de flores blancas que llevan todos los ahijados que tuvo en vida el difunto. Después se comienza a levantar todas las flores y velas que deposita en canastos o botes, para llevarlos al panteón. Ahí en su tumba, la rezadora vuelve a formar la cruz de flores, se reza y también se ofrece vino, si es posible se lleva música y cohetes que anuncian a los que no están ahí, que se levantó la cruz de un finado.  Terminando en el panteón, todos los que decidan acompañarnos a la casa donde se rezó por nueve días, se les ofrece una comida especial, como si fuera una boda, un bautizo o una quinceañera, pues se cocina en ollas grandes, la medida son las cazuelas de boda. A mi madre, le cocinamos birria, arroz, frijoles, tortillas, refresco, vino, pan, todo era pues una gran fiesta.

Después de los nueve días sin ella, nos dimos cuenta mi hermana y yo, que nos dejó cobijadas con una comunidad, con familia, amigos y vecinos. Cuando termino ese maratón de comida, de visitas, respiré y me di cuenta que el trabajo, la plática, todo ese caos nos acompañó en nuestro dolor, no teníamos un tiempo solas, donde pudiéramos llorar, ver el futuro sin ella, pues nos faltaba tiempo, noche para descansar. Hasta el final de su última fiesta, me di cuenta, que mi hermana y yo, estuvimos totalmente acompañadas en el momento más solo y más triste de nuestras vidas. Entonces, sin saber estábamos ya en un proceso catártico.

Ella, mi madre, murió el 27 de octubre de 2016, cinco días después tuvimos que poner su primer altar de muertos, así que además de la comida del novenario, ahora montábamos su altar. Todos los años desde niñas lo hacíamos con ella, para los abuelos, bisabuelos, tíos, primos, etc., pero este año ahora a nosotras nos tocaba. Aunque lo habíamos hecho cada año, fue también una nueva experiencia.

Rosa Moreno Claro

Día de muertos en Mezcala

Mezcala es una comunidad coca que desde tiempos inmemoriales ha habitado la parte norte del Lago de Chapala, exactamente cuenta con 3,600 hectáreas de tierra comunal y la posesión de dos islas en el centro, a medias aguas del Lago de Chapala. Ahí, en sus tierras, en el territorio comunal, es donde reproduce su cultura y la vida comunitaria. Los lazos más sólidos, más fuertes del sentido colectivo están en sus fiestas, en las más de veintiocho celebraciones que tejen año con año. Una de ellas, me parece que articula saberes, costumbres, creencias, prácticas que ha reproducido por cientos de años y que ya forman parte del ser de Mezcala. Este pueblo, al igual que los millones de mexicanos, celebra y recuerda a sus muertos, pero no lo hace de la manera habitual, sino que hay una forma muy propia de hacerlo en Mezcala.

Para poder montar un altar digno para tus muertos en Mezcala, se debe de iniciar desde el mes de mayo, justo cuando las familias comienzas a preparar la tierra para sembrar la milpa (maíz, frijol, calabaza, tómate), y esto ocurre cuando cae la primera lluvia que por lo regular es en los últimos días del mes de mayo. Después hay que esperar y confiar en que se tendrá un buen temporal de lluvias que permita tener una buena cosecha que alimentará a la familia. A finales de agosto ya comienza la cosecha, por lo que los fogones y las cocinas diversifican los alimentos, como pozolillo, tatemas en los huertos, esquite, frijol nuevo, chile con tomate milpero, atoles (agrio, masa, dulce), pozole, tamales, tortillas, muchas tortillas. Ya en septiembre-octubre, el maíz ya está muy maduro, ya es un grano, por lo que la gente guarda, almacena las mazorcas que utilizara para el resto del año.

El día primero y dos de noviembre, en la fiesta de los difuntos, se hace presente ese trabajo, el esfuerzo, sacrificio de las familias en sus cultivos, ya que mucho de su cosecha está presente en sus altares. Celebrar, honrar y recordar a los muertos en Mezcala pareciera que es muy simple, y en realidad los altares son muy sencillos, pero tienen un grado de profundidad en su cultura, en sus creencias que eso lo hace fascinante.

Todos nosotros, toda la gente de Mezcala tiene un muerto, de hecho, muchos muertos, entonces, la primera gran diferencia es que el altar no se dedica a una sola persona, sino que debes de poner a todos los más posibles, a todos. Hace veinte años en Mezcala no era común tener cámaras fotográficas, por lo que los altares ni siquiera tenían alguna imagen del difunto, pero ahora que ya es posible y accesible, el altar puede tener entre ocho o más fotos, pero también hay altares donde no hay una sola fotografía. El altar consiste en una mesa (no existe, la idea de los niveles), vestida con un mantel de color blanco (preferentemente), y sobre esta mesa se nombra a cada objeto que se deje ahí para el muerto. Lo tradicional es colocar:

+  Mancuerna de Mazorcas (son dos mazorcas que con sus hojas se tejen para que figure un arco con ambas). Lo digno es que estas mazorcas las tomes de tu cosecha, pero también mucha gente las consigue de algún vecino o familiar.

+   Calabazas, frijol, chayotes, todos símbolos del trabajo del campo, ya que sigue siendo la actividad económica principal junto con la pesca.

+  Tamal de frijol (tamales envueltos en hoja verde de maíz). Lo ideal es que el maíz, el frijol y las hojas sean tomadas de su cosecha.

+   Flores del monte. Aunque mucha gente coloca la flor de cempasúchil, es muy importante hacer coronas o solo racimos de flores del monte de la comunidad o flores que estén en el jardín, el corral de los difuntos. La razón por lo que debe de ser así, es que reconozcan el aroma de sus flores y lleguen a su altar.

+ Pan de muerto. El pan tradicional de Mezcala, lo elabora la familia Jacobo quienes llegan a hacer entre seis y ocho mil piezas de pan para los altares de muertos para Mezcala y San pedro Itzicán.  Son piezas en las que se usa desde un cuarto hasta el kilo gramo de harina, y este pan figura a un muerto (figura humana), hay hombres y mujeres. Así que, debes que colocar una mujer para tu mamá, un hombre para tu abuelo.

+   Cántaro de agua. Este cántaro cuando se retira del altar, se lleva al panteón y se deja en la tumba del difunto.

+   Fruta. Canastos de manzana, naranja y plátanos.

+   Dulces. Normalmente cuando el altar es dedicado a niños, se incluyen dulces.

+  Velas. Las tradicionales son de cebo. Aún hay gente de Mezcala que las fabrica, pero también es muy común colocar veladoras.

+  Imágenes religiosas. Esto lo decide la familia, algunos colocan la imagen de las ánimas del purgatorio, o el santo que seguían en vida los difuntos o simplemente no colocan ninguna imagen religiosa.

Bibliografía

Carolyn Baus de Czitrom, Tecuexes y cocas. Dos grupos de la región de Jalisco en el siglo XVI, INAH, México, 1982, 104 p.

René Acuña (editor), Relaciones geográficas del siglo XVI Nueva Galicia, UNAM, México, 1988.

Sarah Bak-Geller Corona, Rocío Moreno (coordinadoras), Recetario coca de Mezcala, Jalisco, Secretaria de Cultura, colección cocina indígena y popular #77, México, 2017, 79 p.